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17 de junio de 2020

Lo que no esperábamos de la COVID-19

Por Jaime López y Sonia Riera

Abrí y me asomé. Por fin, tras varias semanas nubladas y lluviosas, entraba el sol por la ventana de mi cocina, nada parecía haber cambiado y sin embargo todo era diferente. El cielo estaba más azul que nunca, una pareja de cernícalos reposaba tranquilamente en la cornisa y, sin miedo, me miraban desde una anómala corta distancia. Escuché, el silencio era ensordecedor... ¿dónde había ido el familiar sonido de la ciudad?. No se oía el tráfico, ni el bullicio de la gente en las calles ni a los niños jugando en el parque, tampoco el pasar de los aviones camino del aeropuerto —ni siquiera podía ver una sola de sus estelas en el cielo—. La ciudad sonaba, se veía, e incluso olía diferente.


"Fico y Fica" (como los bautizó Jaime) descansan tranquilamente durante el confinamiento

¿Os es familiar esta descripción? La COVID-19 ha dado un giro a nuestras vidas, pero también al planeta. La gente encerrada en sus casas, el teletrabajo, los niños sin cole, los comercios cerrados... y, mientras, la vida animal se sentía libre y campaba a sus anchas: pájaros volando seguros en el cielo, ciervos y jabalís corriendo por el asfalto vacío de las grandes ciudades, delfines y medusas nadando por los cada vez más limpios canales de Venecia. Las ventanas y balcones de las casas se convirtieron en observatorios de aves, y en la televisión y redes sociales abundaban vídeos e instantáneas de fauna aventurándose en nuestros ecosistemas urbanos. Una seguidora erizuna de la Serra Perenxisa nos ha contado que nunca antes había disfrutado de un cielo más claro y limpio, y que podía ver nítidamente el mar tras la ciudad de Valencia.

Y no es para menos. Según la Universidad Politécnica de Valencia, durante el confinamiento se produjo una gran reducción de gases contaminantes en las ciudades españolas, llegando a ser de un 64% en Valencia. El temido coronavirus había paralizado la vida en las ciudades, pero también había evitado la emisión de toneladas de gases nocivos a la atmósfera.

Niveles de NO2 en la atmósfera antes y después del confinamiento. Fijaos la reducción en las grandes ciudades

Mirad este gráfico construido a partir de los datos de la RVVCCA (Red Valenciana de Vigilancia y Control de Contaminación Atmosférica). Muestra la evolución de los óxidos de nitrógeno (NO y NO2) en el centro de Valencia durante el mes de marzo. ¿Veis la brusca caída en la segunda mitad del mes? (recordad que el estado de alarma se decretó el día 14). Estos bajos niveles se mantuvieron también  en el mes de abril, aunque volvieron a subir en el mes de mayo, conforme el confinamiento se relajaba y la actividad urbana se recuperaba.


Durante más de un mes el mundo se paró y dejamos al planeta respirar tranquilo, lo necesitaba. Nunca hubiéramos pensado que una pandemia nos iba a dar la oportunidad de reflexionar sobre el impacto medioambiental que causamos. El virus ya ha matado a cientos de miles de personas en el mundo, pero la contaminación mata a millones todos los años (más de 4’5 millones el año pasado, según la OMS).

Vista de Las Torres de Serrano (Valencia) en pleno confinamiento (Foto de Pacopac - Wikimedia)
La COVID-19 ha dejado imágenes de una guerra contra un enemigo invisible, en la que hemos luchado quedándonos en casa, que puso a los sanitarios al frente, y en la que los gobiernos  se volvieron hacia la Ciencia buscando urgentemente el tratamiento y la vacuna. El Erizo Agudo ha salido a aplaudir todos los días y, ahora, en la "nueva normalidad", espera que no se olviden los aplausos, pero también que pudimos darle un respiro a la Tierra, algo que parecía imposible.

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