Por Jaime López y Sonia Riera
Abrí y me asomé. Por fin, tras varias semanas nubladas y
lluviosas, entraba el sol por la ventana de mi cocina, nada parecía haber
cambiado y sin embargo todo era diferente. El cielo estaba más azul que nunca,
una pareja de cernícalos reposaba tranquilamente en la cornisa y, sin miedo, me
miraban desde una anómala corta distancia. Escuché, el silencio era
ensordecedor... ¿dónde había ido el familiar sonido de la ciudad?. No se oía el
tráfico, ni el bullicio de la gente en las calles ni a los niños jugando en el
parque, tampoco el pasar de los aviones camino del aeropuerto —ni siquiera
podía ver una sola de sus estelas en el cielo—. La ciudad sonaba, se veía, e
incluso olía diferente.
"Fico y Fica" (como los bautizó Jaime) descansan tranquilamente durante el confinamiento |
¿Os es familiar esta descripción? La COVID-19
ha dado un giro a nuestras vidas, pero también al planeta. La gente encerrada
en sus casas, el teletrabajo, los niños sin cole, los comercios cerrados... y,
mientras, la vida animal se sentía libre y campaba a sus anchas: pájaros
volando seguros en el cielo, ciervos y jabalís corriendo por el asfalto vacío
de las grandes ciudades, delfines y medusas nadando por los cada vez más
limpios canales de Venecia. Las ventanas y balcones de las casas se
convirtieron en observatorios de aves, y en la televisión y redes sociales
abundaban vídeos e instantáneas de fauna aventurándose en nuestros ecosistemas
urbanos. Una seguidora erizuna de la Serra Perenxisa nos ha contado que
nunca antes había disfrutado de un cielo más claro y limpio, y que podía ver
nítidamente el mar tras la ciudad de Valencia.
Mirad este gráfico construido a partir de los datos de la RVVCCA (Red Valenciana de Vigilancia y Control de Contaminación Atmosférica). Muestra la evolución de los óxidos de nitrógeno (NO y NO2) en el centro de Valencia durante el mes de marzo. ¿Veis la brusca caída en la segunda mitad del mes? (recordad que el estado de alarma se decretó el día 14). Estos bajos niveles se mantuvieron también en el mes de abril, aunque volvieron a subir en el mes de mayo, conforme el confinamiento se relajaba y la actividad urbana se recuperaba.
Durante más de un mes el mundo se paró y dejamos al planeta respirar tranquilo, lo necesitaba. Nunca hubiéramos pensado que una pandemia nos iba a dar la oportunidad de reflexionar sobre el impacto medioambiental que causamos. El virus ya ha matado a cientos de miles de personas en el mundo, pero la contaminación mata a millones todos los años (más de 4’5 millones el año pasado, según la OMS).
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Vista de Las Torres de Serrano (Valencia) en pleno confinamiento (Foto de Pacopac - Wikimedia) |
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